La huella judía

Una de las aljamas más importantes de la Corona

Tortosa es uno de los pocos lugares donde en la baja edad media convivieron las tres grandes religiones


El primer testimonio de la presencia de los judíos en Tortosa es en el siglo VI, en una inscripción funeraria trilingüe que se puede ver expuesta en la Catedral. Pero parece que, ya en época romana, en Tortosa vivieron judíos.



El conde Ramón Berenguer IV les cedió el 1149  los antiguos astilleros de época islámica, situados en el extremo noroeste de la ciudad, para que establecieran allí su barrio. Esta vieja judería, situada entre las actuales calles Major de Remolins y la avenida Felip Pedrell, la calle Jaume Tió y el barranco del Celio, experimentaron (hacia el siglo XIII) una ampliación hacia la montaña, y así se creó la judería nueva, actualmente mejor conservada. La judería de Tortosa convivió estrechamente con la morería o barrio de los sarracenos. Más tarde, con los ataques a los judíos de finales del siglo XIV y las conversiones masivas, la aljama quedaría muy reducida.



Los elementos más destacados de la presencia judía en Tortosa son dos lápidas funerarias situadas en la exposición de la catedral y en la torre del Rastre. Los documentos confirman, sin embargo, la existencia de una sinagoga, de un cementerio, de una carnicería y de un horno.



La judería que hoy se puede visitar conserva el trazado urbano y la trama de las sinuosas calles y algunos topónimos como una plaza dedicada también a Menahem Ben Saruq, autor de una gramática hebraica basada en la lengua árabe.


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